Ría del Barbanza (los gallegos también la saben meter).
Tras más de un mes con el blog abandonado, tocaba ponerse de nuevo manos a la obra. Para el caso de que hayan echado de menos visitarlo, se ruega disculpen las molestias; en caso contrario, disculpen igualmente por quebrantar la paz espiritual que puedan haber alcanzado con este silencio. Aunque, sinceramente, espero que no hayan sido perturbados en ninguno de ambos sentidos, porque ello significaría que padecen de alguna psicopatía no recomendada por la OMS.
Curiosamente, la vuelta a esta serie de posts arroceros sucede en medio de una polémica (bastante salida de madre, dicho sea de paso) que ha causado la nueva campaña veraniega de Damm, en la que se cocina una paella en medio de jolgorio, alegría y música de quien la protagoniza: el omnipresente grupo musical Love of Lesbian.
Y es que el arroz del que a continuación toca hablar, tiene que ver bastante con el debate de marras. De hecho, desde que se le dio el pistoletazo de salida a esta sección arrocera, tanto el paciente y sacrificado Marcos como un servidor de ustedes hemos tenido nuestras dudas acerca de escoger un restaurante «no-mediterráneo» para ir el jueves a comer arroz y después tener la -poca- decencia de contárselo. Pero, además, la duda subía enteros cuando se trataba de dirigirse a un restaurante gallego. Pudiendo ser un sacrilegio para algunos, como buenos enemigos del talibanismo gastronómico (a la par que cabezones natos), tocaba lanzarse a la aventura.
11 de abril. Vértigo y más vértigo. El escogido era nuestro venerado Ría del Barbanza. La eterna historia de estar a la altura de las expectativas y blablablá. Debe reconocerse que hubo llamada previa al local para informarse y/o buscar la excusa. Si no hacían arroz los jueves nos zafábamos del riesgo (prejuiciosos de nosotros). Pero la respuesta fue un cuasincrédulo «sí, naturalmente». Pues nada, manta a la cabeza y hacia adelante, como los de Alicante.
Tomado asiento y solicitada paella (sigue pendiente el porqué de la paella de primero) como anunciaba la carta, tocaba salir de dudas. Ración de campeonato a la que sucedieron 5 sardinazas (no en vano, son gallegos-gallegos). Todo en un menú de 9,75 € acompañado de un turbio llamado Chulito de Xirmil. ¡A la guerra! Pero sin víctimas. El arroz en su punto y con sabor a fumet hecho a conciencia. Con berberechos, mejis, tallarinas a cascoporro y un bicho de proporciones considerables. No apto para fanses del pentagrama paellil, pero motivo de alegría en todo caso.
Los gallegos -también- la saben meter. O hacer. La paella. O el arroz. O como ustedes prefieran llamarle.
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